El
partido de Liga de Campeones entre el Real Madrid y el Manchester
United se saldo como todo el mundo sabe con empate a un gol. En la
previa se especulaba con una estrategia; los dos encerrados y sin
querer el balón era la que todo el mundo temía. El trivote, perdón,
el triangulo de presión alta, planeaba por el Bernabeu en
ambos equipos.
Y digo
«en ambos» equipos porque tanto Mourinho como Ferguson tienen el
mismo concepto futbolístico, no es de extrañar por tanto que se
profesen tanta devoción. Fuera de casa se encierran a esperar un
contragolpe y en casa dan un paso al frente y tratan de llegar a la
portería rival por el camino más rápido, sin elaboración ni
perdidas de tiempo, saco la pistola y disparo. Por lo tanto estamos
ante dos equipos con una supuesta solidez defensiva, sin centro del
campo que elabore jugadas y con matadores arriba.
En el
Bernabeu, el Madrid, sabedor que el equipo británico se encerraría
atrás decidió dar un paso adelante y salir por el partido. Por su
parte el Manchester, bien arropadito atrás, no parecía sufrir,
confiando todo a Van Persie y Rooney. Fue en un corner donde el
United marcó primero, Welbeck, de cabeza, se aprovechó de un
maravilloso saque Rooney que le imprimió al balón la rosca
necesaria para que Ramos no llegara nunca. Diez minutos después y
también casi a balón parado, en un saque de banda frente al área,
Di María le pega a la olla y allí, solo, libre de marca, aparece
Cristiano, que en un alarde de poderío físico se suspende más alto
que nadie y coloca el balón lejos de De Gea.
Dos
acciones a balón parado, dos goles, miento, dos golazos, elaboración
cero. Todo lo demás fue fogueo. El Madrid sigo dando apariencia de
dominio, incluso de baño, pero no era más que eso, apariencia. Por
su parte el United aguantaba tranquilo, con De Gea como máximo
protagonista.
La
segunda parte fue al revés, el Madrid acusó el cansancio y el
Manchester dio un paso al frente. Esta vez eran los Red Devils
los que arreaban y los blancos los que aguantaban tranquilos. Los
cambios no cambiaron nada. El fogueo seguía, la emoción seguía, el
partido parecía vivo. Nada más lejos. Si tenemos en cuenta que a
Mourinho le gusta decir que en los partidos de ida un empate está
muy bien y Ferguson piensa que hay que llegar vivos al segundo
partido era difícil pensar que salvo en alguna acción a balón
parado ni el portugués ni el escoces arriesgaran más.
El
partido de vuelta será diferente, el Madrid tiene que hacer goles y
el equipo ingles en su casa no se encierra, además hay un aliciente
especial; José Mourinho sueña y suspira por ocupar más pronto que
tarde el puesto de Ferguson, su gran sueño es ser el General
Manager de los diablos rojos. Esperemos que demuestre que es
capaz de dar la talla con el mejor equipo del mundo en el Teatro de
los Sueños o su sueño, como el de los madridistas, se convertirá
en pesadilla.