Ya
estamos en otra final, la de la Copa Confederaciones. Una vez más
dejando a Italia en el camino, algo que felizmente y pese al
sufrimiento, empieza a hacerse costumbre. Desde que en el Mundial de
Estados Unidos del año 94 nos dejaran en la estacada en cuartos de
final, tres imágenes de aquel partido nos acompañaban hasta el
2008; la galopada con gol de Roberto Baggio, el enorme fallo de
Salinas frente a Pagliuca, y la rabia y la impotencia nuestra y de
Luis Enrique con la cara sangrando y el tabique nasal partido por el
codazo de Tassotti ante la mirada del arbitro.
Desde
entonces, España e Italia se han encontrado cuatro veces en
competición oficial y con una evolución clara; antes pasaban
siempre ellos, ahora lo hacemos nosotros. Hemos pasado de temer a ser
temidos.
En
este enfrentamiento Italia, como la mayoría de rivales contra los
que jugamos, varió su forma de jugar (como un equipo inferior), para
poder superar la eliminatoria. Prandeli planteó un catenaccio
moderno, con dos centrales y un líbero por detras de ellos, seis
centrocampistas y un punta. Bien asentados en la zona de creación
del equipo español ahogaban por superioridad numérica a los hombres
de La Roja. En la primera parte sufrimos y mucho, el fuerte
calor también causaba estragos. En la segunda parte los cambios de
ambos equipos poco a poco nos fueron favoreciendo y en la prorroga
encontramos el aire que nos falto en el resto del partido. Empezamos
mal y terminamos bastante bien y equilibrando la contienda. Los
penaltis solo confirman ese cambio de actitud ante los rivales, ya no
nos arrugamos ante la responsabilidad. Italia no es cualquier rival,
Italia es campeona de cuatro mundiales, el segundo país que más
tiene y plantarles cara sin miedo y eliminarles es un éxito
mayúsculo. Nuestro estilo no solo es bonito y espectacular (a
veces), ademas es eficaz; sobre todo y fundamentalmente nos da
empaque, entereza, competitividad y manejo del partido y del
marcador, algo que antes nunca tuvimos.
Ahora
toca la final, en Maracaná. Una vez más llegamos a una final y lo
hacemos en no muy buenas condiciones; un día menos de descanso que
el rival, una prorroga y unos penaltis que el rival no tuvo, y un
cansancio añadido a causa del calor, menos mal que en Río de
Janeiro la temperatura es más suave (será lo único a favor). En
frente tenemos a Brasil. Cinco estrellas tiene La Canarinha en
su camiseta, un escalón más en el rival a batir (Italia tiene
cuatro). Dicen que somos favoritos, pero es Brasil a quien más han
favorecido los árbitros, y es España quien peor campaña ha sufrido
por parte de la prensa, con esa ristra de mentiras y desprestigio en
torno a los jugadores españoles.
En
Maracaná tierra hostil, frente al campeón de campeones y sin duda
contra el arbitro... Si es cierto que las finales no se juegan, que
las finales se ganan, hoy toca jugar al fútbol y disfrutar, sobre
todo disfrutar.