La primera jornada de la
liguilla del grupo D de la Liga de Campeones deparaba un partido
entre el campeón de la liga española y el campeón de la liga
inglesa. A priori todo un partidazo de primer nivel, salvo por dos
pequeños detalles. José Mourinho y Roberto Mancini, ambos General
Manager de Real Madrid y Manchester City respectivamente, se
encargaron de que el mundo entero conociera su particular concepto
de fútbol.
A Mourinho no le gusta
que le digan las verdades sobre la mediocridad de su fútbol, mucho
menos si además, se las dicen a la cara; su ego convulsiona
violentamente y el resultado es que el mejor central del mundo juega
el partido más importante... en el banquillo, ocupando su puesto el
joven Varane, sin minutos oficiales en esta temporada.
La inclusión en el
centro del campo del hijo de Mou en el once inicial en
detrimento de Özil suponía toda una declaración de intenciones,
músculo mejor que creación, fuerza mejor que inteligencia, una
constante en los planteamientos futbolísticos del portugués cuando
teme por el resultado.
Arriba los de siempre, el
sempiterno Cristiano, el fiel Di María y Gonzalo Higuaín, al que
prefiere a Benzema, ¿será porque el galo tiene más tendencia a
pensar y a asociarse que el Pipita? Mou los quiere entregados a su
pensamiento único, inhibidos de cualquier otra idea que los pueda
distraer. ¿Creatividad? ya la pone el míster. Robo del cuero
y casi sin pensar balonazo a la espalda de la defensa rival
(generalmente a Cristiano) y gol; y si el rival nos espera, como era
el caso de ayer, pelotazos a Cristiano e Higuaín con la esperanza de
que en un movimiento personal saquen petroleo. El resto, Khedira, Di
María y Essien (tampoco nos volvamos locos), a vivir de la segunda
jugada, perdón de la segunda rifa.
Enfrente el panorama no
era mejor. Con un 4-1-4-1 Mancini dejaba toda la creatividad a Nasri
y Silva, cada uno en una banda, alejados de toda posibilidad de
asociación, abandonados a la suerte de una acción individual, que
en el caso de Nasri se trocó en mala suerte a la media hora de juego
a causa de un problema muscular, su sustituto Kolarov, más músculo
¿qué se creían?
Así las cosas, el
Madrid, que jugaba en casa, empujaba y empujaba, y el City,
visitante, bien arropadito atrás soportaba las embestidas blancas.
Solo quedaba esperar a que pasara algo y cuando el aburrimiento nos
hacia pensar en morfeo más de lo debido ocurrió. Minuto 63, Mancini
no aguanta más y sale a pescar, Dzeko por Silva (el croata más
directo y con más gol que el canario), por cierto, el Bernabeu sabe
de fútbol, maravillosa la ovación cerrada que dan a Silva ¿la
oíste Mou? Como un resorte Mourinho reacciona, Özil por Essien, se
le acaba el tiempo y tiene que marcar. El juego del Madrid cambia
ligeramente pero no lo suficiente, una escapada de Touré Yaya
emulando a Ronaldo Nazario en sus mejores tiempos termina con un pase
para Dzeko que solo, a placer, bate a Casillas.
Con todo perdido, la
desesperación y el nerviosismo se apoderan del General Manager
madridista, que obligado por la catástrofe que se le que se le
avecina saca, casi sin calentar y casi sin permiso del árbitro a lo
mejor que tenía guardado en su banquillo, Benzema y Modric por
Khedira e Higuaín. Ya tiene toda la artillería en el campo. Ya ha
gastado todas las balas, solo le queda cruzar los dedos y que sean
los propios jugadores blancos los que, ahora sí, se asocien,
piensen, creen, desborden... en definitiva arreglen el desastre en el
que les ha metido su propio entrenador por su falta de audacia y de
atrevimiento. Con Modric y Özil de volantes el fútbol se ve
diferente que con Essien y Khedira. El centro del campo blanco, mucho
más creativo, destilaba un fútbol al alcance de muy pocos.
Con el partido roto y
pese al segundo gol del City obra de Kolarov de falta directa;
Benzema, Özil, Alonso y Modric desarbolaban una y otra vez a la
defensa rival hasta conseguir la remontada final.
Decía Raimundo Saporta:
«Si los últimos 20 minutos de un partido han sido malos, por muy
buenos que hayan sido los 70 primeros, el aficionado sale del campo
con la sensación de haber visto un mal partido, por el contrario, si
a 70 minutos de mal fútbol le siguen al final 20 minutos
maravillosos el aficionado sale del campo con la sensación de haber
visto un magnífico partido». Ayer la afición se acostó
soñando con un maravilloso Real Madrid y con la décima en el
bolsillo, pero... ¿han contado con Mourinho?
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